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Wednesday, June 11, 2008

4 años, 5 meses y 19 días.

Hace un par de meses, creo, pedí publicamente una pequeña ayuda para escribir un cuento. La idea era escribir la historia que más dejara puntos en los comentarios. Yo no respondo los comentarios en los comentarios. Como normalmente los que comentan, son los mismos con los que hablo por chat constantemente, es ahí donde contesto las preguntas de los comentarios.

Pero que no quede duda que los leo, todos. Y que además, les hago caso. Escribi el cuento sobre la historia de un secuestrado, por que ese fue el que más puntos dejo. Igual, no gane nada. Es por eso que me atrevo a publicarlo acá.




4 años, 5 meses y 19 días.

La gente suele recurrir a cifras y datos sin razón. Aprendidos como loros, repiten las cosas que han oído en los textos de escuela, en las noticias, en la televisión. Pero la realidad es que no saben, no pueden saber, lo que en verdad representan esas cifras dichas en 30 segundos de una nota periodística. No pueden saberlo porque no lo han vivido.

Lo estoy oyendo en este momento. Dice la radio que llevo 4 años, 5 meses, y 19 días en este secuestro. Las noticias no dicen que en ese tiempo yo he aprendido a diferenciar los sonidos de la selva cuando es de día a cuando es de noche. No puede saber que ya reconozco al menos 4 clases distintas de hormigas, y que incluso algunas noches de hambre he descubierto que las cortezas de los árboles y los hongos que crecen silvestres son suficientes para sobrevivir la miseria.

La radio dice que allá, afuera, la gente está pidiendo mi liberación por razones humanitarias. Humanitario sería poder lavarme los dientes. Llevó 1,634 días separado de un cepillo de dientes. He perdido, por supuesto, tres molares en el proceso. No les digo dientes, no quiero pensar que ya no tengo dientes. Son sólo molares, que en cualquier momento algún odontólogo amigo pondrá de nuevo en su lugar. Espero.

Se acabaron las noticias. Al menos el tiempo que me dan para oírlas. Dos horas del día puedo saber del mundo, aunque el mundo no sepa de mí desde hace más de 4 años.

Ya no quiero pensar en esa cifra. Saber que llevo tanto tiempo sin usar una camisa. De cualquier modo no me serviría, he perdido más de 20 kilos en todo este “proceso” y no creo que ninguna de las prendas que dejé en mi casa pueda servirme en este momento. Podría ser peor. Sé que la mujer que estaba en la celda contigua a la mía llevaba más de 3 años sin usar una toalla higiénica.

Al principio fue más difícil. Cuando sucedió el secuestro perdí los tenis que usaba. Y “ellos” no quisieron darme otros. Así que tuve que caminar descalzo. Un año. 365 días y sus noches, entre la selva espesa caminando descalzo. No sé cómo no perdí algún dedo en esas interminables jornadas de camino. Para aliviarme algo el dolor yo no cargaba ninguna mochila, ni equipo. Después de ese primer año me abastecieron de un par de botas de caucho negras. Ya no sufro tanto, aunque el constante sangrado de la planta de los pies, y las manchas verduzcas de mis pies, en los sitios en donde antes había nada más que piel blanca, sean recordatorios de aquellas primeras jornadas.

Luego de ese año huyendo constantemente viví un periodo largo de adaptación. Me llevaron a un “campamento”, en donde descubrí que había muchos más en igual situación. Claro que no es lo mismo. Tengo que admitir que las mujeres sufren más. Creo que la naturaleza de la mujer no está hecha para sobrevivir en la selva como prisionera. No es discriminación, acá, las sutilezas de género son estúpidas. Es sólo que para luchar contra los insectos y las hormigas, es mejor estrategia poder orinar de pie.

En el campamento había al menos 35 secuestrados más, 4 de ellos mujeres. Sin embargo, yo prefería no verlos. Cuando me aislaban en la celda de madera que tenía asignada me quitaban las cadenas de las manos y de los pies. Sólo allí podía ensayar una rutina de ejercicios para no dejarme vencer de las constantes enfermedades musculares, o algunas cartas mentales que escribía a mi familia para que estuvieran al tanto de mi rutina de supervivencia.

En cambio, cuando nos juntaban a todos nos obligaban a estar encadenados en los pies y en las manos. Su gran miedo era que un día decidiéramos que nosotros éramos más, y así organizar una fuga masiva. No era cierto, ellos eran más. Además de las cadenas normalmente nos amarraban con lazos alrededor del cuello que estaban, a su vez, amarrados al cuello del secuestrado que teníamos al frente, con nudos corredizos. El sistema tenía la particularidad de provocar que si alguno de los de adelante se movía bruscamente, ahorcaba enseguida a su compañero de atrás. Las laceraciones que provocaban las cuerdas en la piel del cuello no eran nada con la presión psicológica de saber que tenías la responsabilidad de la entrada de aire de alguien más. Y que alguien tenía la tuya.

Sobra decir que yo sólo respiraba tranquilo cuando estaba en mi celda. Me gustaba el espacio hecho de madera, en donde dos tablones clavados en la mitad de una de las paredes funcionaban como cama. Después de un par de meses dormir en tablas de madera se vuelve algo confortable, no tanto porque la espalda se adapte, sino porque estás a cierta altura de los escorpiones. Son animales nocturnos.

Desafortunadamente mis días en el campamento acabaron hace ya unos 5 meses. 5 meses y 19 días, si alguien quiere que sea exacto. Supuestamente volvieron a movilizarme porque se había tramitado mi liberación. Pero yo no les creo. Debería creerles porque hasta las noticias en la radio hablan de ello. Pero ya lo he dicho antes, la gente en las noticias sólo repite datos escritos en un papel sin ningún conocimiento de causa. Yo en todo este tiempo he aprendido que acá no liberan a nadie. La gente o se escapa o se muere. No hay más alternativa.

Yo no me estoy escapando. Me estoy muriendo, que es algo que me parece mucho más a mi alcance. Hace un par de semanas dejé de comer lo poco que me daban para las jornadas de camino. También dejé de hablar. Sólo sigo caminando por que pienso que en algún punto encontrare un lugar digno para morir, y entonces, descansaré.
Han asignado a alguien para que me convenza de comer un poco. Dice que necesito comer porque van a venir por mí, a liberarme, y yo me voy a morir de inanición antes. Dicen que tengo que resistir. Para presionarme un poco más, por primera vez en estos 4 años han obligado a uno de los encargados de la cocina a que me prepare un plato de carne. Es carne de algún animal, no tengo fuerzas para preguntar, pero el olor del asado se me cuela por la nariz y me reactiva un poco el cerebro. El problema es que ya es algo físico. No tengo fuerzas para tragar.

Deben estar realmente preocupados por mi condición. Han decidido obligarme a comer, metiéndome la comida a la fuerza. Esta gente, claramente, no sabe nada del organismo humano. Después de 4 años, 5 meses y 19 días de comer bazofia, no se le puede dar carne a nadie. Mi estomago está en este momento devolviendo todo lo que me habían forzado a comer. El cañón de una pistola puede obligarte a abrir la boca, pero no hay método alguno para forzar los jugos gástricos.

Deben ser mis últimos momentos en esta selva. No puedo abrir los ojos y un dolor agudo a la altura del hígado me obliga a permanecer acostado en posición fetal en la tienda de campaña provisional que me han acondicionado. Afuera hay mucho ruido, pero yo sólo puedo pensar en que sigo oliendo mi propio vomito. Nadie tendrá nunca la gentiliza de limpiar los restos del almuerzo que me forzaron a probar.
Alguien viene y me da un poco de agua. Es agua dulce y fría. Tenemos que estar cerca de algún riachuelo. Eso es bueno, cerca de los riachuelos hay los mejores climas. Me dan agua y me echan un poco en la cara. Ni siquiera el agua logra hacer que yo abra los ojos.

Empiezo a reconocer las voces afuera. Dicen que vienen por mí, que son el Comité de la Cruz Roja, que están preparados para llevarme. Que tienen un helicóptero dispuesto cerca del rio. Yo lo sabía, en estos 4 años, 5 meses y 19 días he aprendido a oler el agua. Incluso sobre mi propio vómito.
Oigo como contestan lo único que ya se puede decir:

- Ese hombre se nos murió en la mañana.

5 comments:

Mauricio Duque Arrubla said...

Pienso que se gana con el simple hecho de escribirlo, de trabajarlo y de darle la versión que, para uno como escitor, es suficientemente buena (nunca la última).
Pienso que ganaste desde el punto de vista de alguien que escribía y ya no lo hace y siente no hacerlo pero por ahora no encuentra opciones.
Ganaste.

::::VARGAS:::: said...

Concuerdo con casi todo lo que dijo el señor Mauricio, aunque no entendí casi nada.
Sólo me queda agregarle que es un escrito crudo, directo. Tal vez podría haber sido más corto, o tal vez su extensión fue necesaria para crear el ambiente. Me gustó que no recurriera a lugares comunes o frases clichés, sino que buscó un lenguaje propio que, sin forzarlo, mete al lector en la piel misma del protagonista, ignorando la salvedad inicial de que se trata a todas luces de un relato inventado (Aunque no se le puede llamar ficción.)

Honestamente, venía con intención de rajar, y me encontré con un buen escrito.

Anonymous said...

En cambio yo venía, honestamente, con la intención de disfrutar el cuento pues me gusta mucho como escribes, pero quedé decepcionada. Muy enredado, te falla la composición, algo de redacción, no es muy claro el desarrollo (ojo, a mi gusto), en fin, sigo siendo tu fiel lectora, y aunque prefería tus 'post' de antes, aun sigues siendo agradable de leer; en conclusión, me gusta más cuando escribes al natural. Lamento que no hayas ganado nada.

@driPod said...

hola
yo quiero ver las fotos con la pinta que te dieron cuando escribiste el cuento.

Mafe said...

Como siempre vieja, la sacas del estadio y me dejas con el nudo en la garganta mas grande que antes y los ojos encharcados.
Si no te dieron ningun premio es porque son unas bestias, por aqui te nomino por 1000-esima vez al Pulitzer para bloggers.