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Monday, August 29, 2011

Mi gato y yo


Mi gato ODIA al veterinario. De hecho, yo creía que odiaba a algunas personas hasta que vi la forma en que mi gato ODIA a su veterinario. Ahí me di cuenta que a mí me hace falta esfuerzo para odiar así. De ese odio que consume y al mismo tiempo te da fuerzas para vivir. Un motivo. Bueno, yo tengo que admitir que me gana la pereza para odiar así, pero el sábado comprobé que mi gato si ODIA así.

Tuve que llevarlo al veterinario por que se había hecho daño arrancándose un pedazo de pelo en el proceso de “bañarse” y se infecto y yo, que ahora sólo tengo tiempo para trabajar, me di cuenta muy tarde. La fórmula perfecta para una visita garantizada.  

Automáticamente me convertí en una traidora. De la peor calaña. Durante el tiempo que estuve en la veterinaria y como 5 horas después ni siquiera se dejaba tocar por mí.

El veterinario, que ya lo conoce, me advirtió de entrada que esta vez sí tenía que examinarlo y que por lo tanto tenía que  sedarlo para que se dejara tocar. No había la opción de siempre de ponerle la vacuna mientras yo le hablo por el otro lado de la jaula y que ni se estrese por que intentamos sacarlo de su cajita de viaje. Así que me vi en la obligación de aceptar y firmar que sedaran al gato.

Ahora, lo que no hicimos, claro, fue preguntarle al gato si pensaba cooperar. Yo  no sé si uds han sido testigos de la lucha de un gato, por puro y físico orgullo, contra los medicamentos, pero yo lo vi el sábado y es impresionante. Tuvieron que ponerle 4 dosis de sedante, por que el gato se REHUSO, así, en mayúscula sostenida, a tranquilizarse, a pesar de los medicamentos. A pesar de todo, de hecho. Si se iba quedando quieto, y ahorraba energía simulando dormir mientras lo dejaban sólo conmigo. Pero en cuanto entraba el veterinario, aún borracho de fármacos, sacaba las uñas y gruñía y de hecho alcanzo a volverle una miseria el antebrazo al enfermero (Bravo por el gato) antes de que superar la paciencia del médico que decidió inyectarlo una dosis muy fuerte que finalmente acabo tumbándolo. Así, como si le hubiera dado un mazazo.

Fue la única manera. Fue tan brutal que creo que yo debí hacer alguna cara de horror por que el veterinario después me aseguro que JAMAS tumba así un gato. Que se limitan a dejar que las drogan lo atonten y la mayoría de los felinos se quedan tranquilos. Gatos salvajes incluidos.

Pero no mi gato. Hasta que lo tumbaron peleo con todo lo que su orgullo le dio. Una batalla perdida, porque nadie le gana a los fármacos. Respiraba rápido para no calmarse y reaccionaba a cada estimulo externo q no fuera yo obligándose a ponerse medianamente de pie, gruñir y mandar zarpazos. Al final de la tercera dosis incluso a mi me mandaba zarpazos, estoy segura, solo porque así se aseguraba que no se iba a quedar dormir. Impresionante, en verdad. Yo jamás había visto semejante nivel de terquedad.

La enseñanza de la historia es que al final, el gato perdió mucho más de lo que gano. El veterinario, medio desesperado de la hora que había perdido tratando de dormir un gato, decidió el tratamiento más rápido que incluyo raparle una parte de pelo. Y estoy segura que fue una pequeña venganza personal la forma en que lo rapo. Porque ahora el gato se ve ridículo. Así, como french poodle mal peluqueado. Hasta ahí el punto para  el orgullo del gato.

Si se hubiera rendido a la primera dosis, hubiéramos salido de ahí muy rápido, con un corte decente y mucha menos droga en su sistema. Droga que lo tuvo borracho todooooo el resto del sábado. Y eso sin contar con el estrés de todo el tema. Como 5 horas después todavía brincaba por cada ruido, ya en casa.
Y entonces me acorde que yo misma he peleado así, por puro orgullo, en más ocasiones de las que me gustaría confesar. Igual de épico, si uno se pone a mirar la historia desde el lado literario, pero igual de estúpido si miramos solo los resultados.

Miren por donde recibe uno lecciones ahora en la vida. Yo vivo ahora con un gato que me recuerda mucho mucho a la que yo era hace unos años.

Levante la mano el que me entienda. 

Thursday, August 11, 2011

Rodando en tierras aztecas


Hace un par de años tengo la costumbre de salir a montar en bici con un grupo de gente q se reúne a rodar los miércoles para recorrer la ciudad, aprovechando que se juntan mucha gente. Experiencias dentro de ese grupo he tenido muchas, algunas buenas otras ya no tanto – vistas en el tiempo. Lo que si todavía tengo que admitir es que en ese grupo he conocido las mejores prácticas de solidaridad.

Lo primero que uno nota cuando llega al punto de reunión es que TODO el mundo saluda como si te conociera. Desde que vayas en bici, eres amiguito, y entonces te saludan como si te vieran todos los días. Sepa dios quienes son, pero terminas hablando con cuanto extraño se te cruce por en frente, nada más porque lleva la garantía de ir sobre una bici.

Lo segundo es que nadie del grupo se queda atrás.  Si alguien pincha (poncha en mexicano) o se le daña la cadena, o se le jode la bici, o se cae, etc, etc, etc, TODO el grupo frena y espera. Haya lo que haya que hacer. En una ocasión llamaron ambulancias y todo. Y más de 200 personas esperamos tranquilamente (juiciosamente, en colombiano) a que se solucionara el problema y pudiéramos seguir.

Es costumbre dentro del grupo que la gente de adelante va gritando los obstáculos del camino a los que van atrás. O sea, uno va avisando que hay un hueco, que hay un charco, que hay vidrios en la vía, etc, etc, etc. La idea es ir avisando, literal, con qué se van a encontrar los que van un poco más rezagados. Es muy bonito, sobre todo cuándo se te olvida llevar las gafas y tu en realidad no estás viendo por dónde vas. No importa, te lo van gritando.

Si hay subidas demasiado empinadas siempre hay alguien te empuja. Literal. Normalmente alguien se pone al lado tuyo – cuando uno ya va en los últimos estertores de su respiración – y con el simple hecho de ponerte la mano en la espalda y empujar, la verdad es que si ganas impulso y eso te ayuda un montón a salir de las pendientes. Es increíble, pero cierto. Pasa y es lo más desinteresado que yo he visto. Nada de “pues te quedas ahí por floja”, sino que se intenta que todos vayamos al mismo tiempo. Eso es muy chévere.

Y al final, la mayor de las manifestaciones de “buena gente” es que me admiten a mi en ese grupo. No saben lo mucho que yo noto siempre que “una de estas cosas no es cómo las otras” cuando voy a rodar con ellos.

Pa empezar, tienen toda una identidad como grupo que yo me rehusó a adoptar. Tienen slogan, lo cantan, tienen gritos de hermandad, y bla bla bla que yo Jamás pronuncio en voz alta. Ni susurro, pal caso. Así que siempre que andan gritando y cantando “eaaaa eaaaa pedaleaaa” hay por ahí una niña con cara de empute que va diciendo “no, no cantes, por favor no cantes”. Y no me han sacado a patadas por pura buenas personas. Aunque canten himnos.

Segundo, soy la que JAMAS sabe por dónde va. Hay otra bonita costumbre que es ir avisando por donde se va a mover el “pelotón” si vas reconociendo el camino. Se gritan cosas como “derecho hasta Vallejo” o “De acá hasta el eje” o vainas así. Yo JAMAS se de qué me hablan. POR mi gritaba sólo cosas como “arriba, abajo, alrededor, alrededor” o un máximo de “cercaaaaaa, leeeeejos”. Pero ni eso, por que me da pena. Así que siempre soy la niña que no avisa por donde se va moviendo. #yomuymal.

Y por último, yo grito para visar con palabras que nadie entiende. SIEMPRE. Así, mientras todo el mundo grita “hoyooo” a mi se me olvida hablar en mexicano y grito muy en colombiano “huecoooooooo” y el de atrás sólo pregunta “Quéee?. O a cambio de gritar “coladera” grito “alcantarilla”, con lo cual sólo consigo demorarme más, por que esa palabra no la entiendan acá. Y la GRAN cereza del pastel fue anoche, que por andar oyendo música colombiana al mismo momento se me hizo muy fácil gritar “Policía acostado” a cambio del simple “TOPE”. TOPE. No puede ser que uno no sea capaz de gritar TOPE!. Es tan sencillo que da pena. Y a mi se me ocurre cambiarlo por “Policía Acostado” que no sólo es inútil, sino que es una de esas vergüenzas nacionales que ningún colombiano debería aceptar en público.

Y aún así, anoche, nadie nadie me dijo “no, mira, la verdad es que así no podemos”.

Al contrario. Les digo que los mexicanos son los mejores amigos.

Levante la mano el que me entienda. 

Thursday, August 04, 2011

6 años aztecas


El domingo cumplí 6 años viviendo en México.

Hasta ahora tengo tiempo de venir a escribirlo acá, aunque el comienzo de este post ha estado en mi cabeza por ya 5 días seguidos. Lo curioso es que normalmente después de 5 días sin escribir lo que me anda rondando yo termino por olvidarlo. Pero uno no puede olvidar que ya lleva 6 años viviendo en México de un solo plumazo.

Creo que es una anécdota que he contado mucho. Recién llegue a México alguna colombiana que en realidad nunca supe muy bien quién era me explicó que el truco para vivir en México y no enloquecer era hacerse amigos de los mexicanos. Porque uno a los amigos los quiere como son: sin intentar cambiarlos, con todas su mañas y paranoias, con todas las cosas buenas y las malas, etc. Me dijo textual la frase “hazlos tus amigos, no tu pareja. Porque siempre vas a intentar cambiar a tu pareja”.

He de confesar que he seguido el consejo al pie de la letra. Que también es mucho decir por los consejos no solicitados. El asunto es que no puede ser más cierto. Los mexicanos son LOS MEJORES amigos del mundo. Estoy absolutamente convencida que una vez uno logra tener un amigo mexicano, se ha hecho de la mejor amistad que tendrá en la vida. Nadie es más entregado, más amable, más desinteresado y ADEMAS tendrá más resistencia al tequila que los mexicano. Ni siquiera los que soportan el vodka. A seis años, uno sabe de lo que está hablando.

Claro, es por considerarlos mis amigos que en realidad no me importa que sean medio esquizofrénicos con el tema de la madre, o que escupan en la calle, o que a veces se pasen de buena gente y no sean capaces de decirle que NO ni a una mala idea. Pero uno a los amigos los quiere como son, sin intentar cambiarlos.

Eso también ha significado que he adquirido muchas muchas de sus costumbres. Desde contestar “órale” hasta la de echarle chile a la pizza. Demasiadas anécdotas de eso que uno llama “choque cultural” para venir a contarlas en un post.

Sin embargo, tenía que venir a escribir esto porque mi yo de hace 6 años y mi yo de ahora seguimos estando de acuerdo en una sola cosa: ADORO vivir acá.  Y teniendo en cuenta que ya hemos cambiado de opinión sobre economía, dieta, salud, gimnasios, ropa, vivienda, y demás, es una GRAN señal.

Y claro, tengo que decir acá lo que he dicho en todos los otros espacios: ya se lo que sintió un día Vicente Fox después de sobrevivir un sexenio. Tiene su chiste, no vayan a creer que no.

Levante la mano el que me entienda.