Mi gato ODIA al veterinario. De hecho, yo creía que odiaba a
algunas personas hasta que vi la forma en que mi gato ODIA a su veterinario. Ahí
me di cuenta que a mí me hace falta esfuerzo para odiar así. De ese odio que
consume y al mismo tiempo te da fuerzas para vivir. Un motivo. Bueno, yo tengo
que admitir que me gana la pereza para odiar así, pero el sábado comprobé que
mi gato si ODIA así.
Tuve que llevarlo al veterinario por que se había hecho daño arrancándose un pedazo de pelo en el proceso de “bañarse” y se infecto y yo, que ahora sólo tengo tiempo para trabajar, me di cuenta muy tarde. La fórmula perfecta para una visita garantizada.
Automáticamente me convertí en una traidora. De la peor calaña. Durante el tiempo que estuve en la veterinaria y como 5 horas después ni siquiera se dejaba tocar por mí.
El veterinario, que ya lo conoce, me advirtió de entrada que esta vez sí tenía que examinarlo y que por lo tanto tenía que sedarlo para que se dejara tocar. No había la opción de siempre de ponerle la vacuna mientras yo le hablo por el otro lado de la jaula y que ni se estrese por que intentamos sacarlo de su cajita de viaje. Así que me vi en la obligación de aceptar y firmar que sedaran al gato.
Ahora, lo que no hicimos, claro, fue preguntarle al gato si pensaba cooperar. Yo no sé si uds han sido testigos de la lucha de un gato, por puro y físico orgullo, contra los medicamentos, pero yo lo vi el sábado y es impresionante. Tuvieron que ponerle 4 dosis de sedante, por que el gato se REHUSO, así, en mayúscula sostenida, a tranquilizarse, a pesar de los medicamentos. A pesar de todo, de hecho. Si se iba quedando quieto, y ahorraba energía simulando dormir mientras lo dejaban sólo conmigo. Pero en cuanto entraba el veterinario, aún borracho de fármacos, sacaba las uñas y gruñía y de hecho alcanzo a volverle una miseria el antebrazo al enfermero (Bravo por el gato) antes de que superar la paciencia del médico que decidió inyectarlo una dosis muy fuerte que finalmente acabo tumbándolo. Así, como si le hubiera dado un mazazo.
Fue la única manera. Fue tan brutal que creo que yo debí hacer alguna cara de horror por que el veterinario después me aseguro que JAMAS tumba así un gato. Que se limitan a dejar que las drogan lo atonten y la mayoría de los felinos se quedan tranquilos. Gatos salvajes incluidos.
Pero no mi gato. Hasta que lo tumbaron peleo con todo lo que su orgullo le dio. Una batalla perdida, porque nadie le gana a los fármacos. Respiraba rápido para no calmarse y reaccionaba a cada estimulo externo q no fuera yo obligándose a ponerse medianamente de pie, gruñir y mandar zarpazos. Al final de la tercera dosis incluso a mi me mandaba zarpazos, estoy segura, solo porque así se aseguraba que no se iba a quedar dormir. Impresionante, en verdad. Yo jamás había visto semejante nivel de terquedad.
La enseñanza de la historia es que al final, el gato perdió mucho más de lo que gano. El veterinario, medio desesperado de la hora que había perdido tratando de dormir un gato, decidió el tratamiento más rápido que incluyo raparle una parte de pelo. Y estoy segura que fue una pequeña venganza personal la forma en que lo rapo. Porque ahora el gato se ve ridículo. Así, como french poodle mal peluqueado. Hasta ahí el punto para el orgullo del gato.
Si se hubiera rendido a la primera dosis, hubiéramos salido de ahí muy rápido, con un corte decente y mucha menos droga en su sistema. Droga que lo tuvo borracho todooooo el resto del sábado. Y eso sin contar con el estrés de todo el tema. Como 5 horas después todavía brincaba por cada ruido, ya en casa.
Y entonces me acorde que yo misma he peleado así, por puro
orgullo, en más ocasiones de las que me gustaría confesar. Igual de épico, si
uno se pone a mirar la historia desde el lado literario, pero igual de estúpido
si miramos solo los resultados.
Miren por donde recibe uno lecciones ahora en la vida. Yo vivo ahora con un gato que me recuerda mucho mucho a la que yo era hace unos años.
Levante la mano el que me entienda.